Durante los primeros meses de la pandemia, cuando el trabajo híbrido pasó de ser una opción a una necesidad urgente, muchos líderes nos enfrentamos a un dilema: ¿cómo sostener la cultura organizacional cuando ya no compartimos el mismo espacio físico? En ese momento, aprendí una lección que sigo valorando hasta hoy, porque la cultura no se escribe en manuales ni se queda en las paredes; la cultura vive en las personas, y hay que alimentarla conscientemente.
En la organización donde trabajaba en ese tiempo, diseñamos una práctica que llamamos “Lunes de Cultura”. Al iniciar cada semana, dedicábamos los primeros minutos de nuestras reuniones a conversar sobre la cultura de la empresa, los valores, los desafíos comunes y las metas que nos unían. Era una manera sencilla pero poderosa de recordar que todos, desde donde estuviéramos, éramos parte de un mismo equipo con un mismo propósito.
Al finalizar cada reunión, destinábamos unos minutos a una pregunta simple pero profunda: “¿Cómo te sientes tú y cómo se sienten los tuyos?” Era un espacio de conexión humana, sin agendas ni juicios, solo con escucha genuina. Este pequeño gesto ayudó a mantener viva esa cercanía que parecía desvanecerse con las pantallas. A veces, lo más potente no es lo sofisticado, sino lo auténtico.
Y es que uno de los grandes retos del trabajo híbrido no es técnico, sino profundamente humano. Según un estudio de Microsoft publicado en 2024, el 71% de los empleados afirman sentirse desconectados de la cultura organizacional cuando trabajan fuera de la oficina más de dos días por semana. Este dato no debería alarmarnos, sino invitarnos a actuar conscientemente.
La virtualidad mal gestionada tiende a diluir aquellos valores que antes se transmitían de forma casi natural en los pasillos, en los almuerzos, en las celebraciones o simplemente en los silencios compartidos. Y uno de los errores más comunes es pretender que solo porque se hagan reuniones virtuales frecuentes, la cultura se sostendrá sola. No es así. La cultura necesita espacios, símbolos, rituales, y sobre todo, intención.
Sostener la cultura en entornos híbridos requiere líderes comprometidos con prácticas coherentes: reuniones con sentido, reconocimiento auténtico, espacios para escuchar a los equipos y decisiones alineadas a los valores organizacionales. Porque la cultura no se predica, se practica. Y eso exige consistencia.
Otro error frecuente es intentar “forzar” la cultura como si fuera un paquete que se instala igual en todas partes. La cultura es vivencial. Cada equipo, cada área, tiene su manera de vivirla. El desafío está en mantener los hilos conductores que den coherencia al todo, sin perder la autenticidad de cada parte.
Por eso, la cohesión del equipo no depende únicamente de la presencialidad. Depende de que cada persona se sienta parte de algo más grande que su tarea individual. Y eso se logra conectando desde lo humano, desde el propósito, desde la conversación y la confianza.
Para cerrar, te dejo un consejo desde mi experiencia:
“Recordemos que no importa qué herramientas tengamos. La tecnología, la inteligencia artificial y las plataformas nos dan soporte y eficiencia. Pero en la gestión del talento humano, lo más importante sigue estando en la H de humano. No perdamos esa conexión genuina. No permitamos que las distancias físicas apaguen la pasión, ni diluyan la cultura, ni nos hagan olvidar ese sentido de equipo que potencia a las compañías. Porque cuando hay propósito compartido, los resultados llegan por añadidura”.